No estamos enfermos, estamos en estado de alerta decretado por el gobierno central, situación motivada por la repentina y rapidísima interrupción en nuestras vidas de un virus que tiene un nombre majestuoso, curioso y fácil de recordar: coronavirus.
Algunos se lo han tomado un poco a broma y me dan mucha rabia, salen a la calle y parece que estén contentos, están de vacaciones, realizan actividades divertidas y celebran estos días de fiesta que les parece que se han ganado, aparentemente a cambio de nada. Para mí son unos irresponsables y muy poco realistas, pero entiendo que hay mucha gente que vive mejor pensando que las desgracias les pasan a los demás, que ellos son inmunes y no les pasará nada. A veces quisiera para mí esta falsa felicidad.
Otros, que deben ser mucho más inteligentes que yo y saben mucho más de lo que podría imaginarse a priori, manifiestan sorpresa por las medidas tomadas, que tachan de exageradas y alarmistas, como si los gobiernos se lo pasaran bien asustando a la población y montando numeritos para tenernos a todos controlados y dominados.
De estos también hay algunos que piensan que todo esto está preparado “por quién sabe” y que hay una conspiración de los estamentos que no sabemos quiénes son para eliminar a saber qué parte de la humanidad y hacerse con el poder absoluto del resto que quedarán (espero poder decir quedaremos) vivos.
Perdonad mi ignorancia y quizás incluso mi inocencia pueril, pero a mí todo esto me suena a cómic de superhéroes en el que el malo intenta destruir el mundo y los buenos le hacen frente hasta que consiguen eliminarlo. Las teorías de la conspiración aconstumbran a parecer bastante ridículas a personas como yo, que vamos con el lirio en la mano y creemos en la sociedad en la que vivimos, con todas sus imperfecciones.
Y luego estamos los que nos lo hemos tomado en serio, los que sufrimos las molestias que todas estas medidas nos ocasionan, las distorsiones que toda esta situación significa en nuestras vidas diarias e individualistas y vemos a venir el descalabro económico que todo ello supondrá para nosotros , los de abajo, los que tenemos que trabajar para llegar a pagar lo que tenemos, pero que sin saber muy bien porque sabemos que tenemos que hacer caso porque no hacerlo nos llevaría a una situación aún peor.
Hemos entendido que el peligro de verdad de este virus puñetero es el de hacer caer nuestro sistema sanitario, ya que las personas que trabajamos en este ámbito somos las más vulnerables y las más expuestas al virus. Y si cae el sistema sanitario y no tenemos suficientes profesionales, suficientes medicamentos o suficiente material para curarnos, protegernos o cuidarnos durante las otras enfermedades que siguen existiendo (nos hemos olvidado que hay otras enfermedades, ¿verdad?),
¿pues qué nos pasará?
Por eso nos hemos concienciado de que tenemos que quedarnos en casa, trabajar desde casa en la medida de lo posible, tener a los niños en casa el mayor tiempo posible, utilizar la tecnología para seguir trabajando, estudiando y comunicándonos con el mundo exterior.
Sin bares, restaurantes, cines, teatros o parques infantiles donde acudir a pasar el tiempo libre, o distraer nuestra atención en general, nos encontramos en una situación paradójica y maravillosa: nos reencontramos con nosotros mismos y con aquellos con los que convivimos y descubrimos que podemos hacer otras cosas que habíamos dejado de hacer hace tiempo.
Podemos leer, conversar, pasear (no muy lejos y en lugares poco concurridos, por favor), compartir películas con la pareja o los hijos, pensar y dormir las horas necesarias sin demasiada prisa.
Alguien especial (a quien le debo el título de este post) me dijo que para él eso es tiempo regalado, un tiempo para nosotros mismos que no esperábamos y que de repente nos ha caído del cielo y con el que podemos hacer cosas que hace tiempo que no podíamos hacer.
Qué fantástico ejemplo de resiliencia: ante la adversidad podemos sacar recursos que no sabíamos que teníamos y salir reforzados.
Bien mirado, tiene razón.
Este tiempo que el confinamiento, las medidas extraordinarias y el estado de alarma nos está regalando lo podemos aprovechar para descubrir que a nuestro alrededor hay gente con la que podemos pasar un buen rato, que hay libros que quizás no habríamos tenido la ocasión de leer y que hay pensamientos que no habrían aparecido en nuestra conciencia de no ser que ahora tenemos el tiempo para hacerlos crecer.
Amigos y amigas, disfrutad del tiempo regalado por el coronavirus, probablemente no nos volverá a pasar algo así hasta dentro de muchas décadas, y sobre todo sed responsables y lavaros muy bien, y a menudo, las manos.