El día que vino a la consulta lo hizo a la fuerza, venía con su madre y ya se enfadaron antes de salir de casa. Él le avisó de que entraría pero que no hablaría conmigo, que nadie podía ayudarle y mucho menos alguien que no le conocía de nada.
CONNEXIÓN
M. entró en la consulta muy enfadado, era evidente que no quería ni mirarme a la cara.
Tiene 21 años y sus padres están desesperados con él, no entienden qué le pasa pero desde hace unos meses no quiere salir de casa, no quiere hacer nada, no habla con casi nadie, se ha convertido en un problema para ellos porque no lo pueden sacar de su letargo.
Tienen mil sospechas: consumo de tóxicos, problemas mentales, ludopatía, o incluso han empezado a pensar que les toma el pelo y simplemente no quiere hacer nada en la vida, que ya le va bien como está. En casa la vida con él no es fácil porque no hace nada de lo que le piden; ni colabora en las tareas domésticas, ni estudia el curso al que está matriculado, ni hace ningún esfuerzo para buscar trabajo.
En fin, cualquiera que sea padre/madre se puede poner en su lugar y entender su desesperanza.
El día que vino a la consulta lo hizo a la fuerza, venía con su madre y ya se enfadaron antes de salir de casa. Él le avisó de que entraría pero que no hablaría conmigo, que nadie podía ayudarle y mucho menos alguien que no le conocía de nada.
Entró con el rostro muy serio y casi sin mirar a ninguna parte más que al suelo. Parecía que estaba encerrado en una cáscara y no quería sacar la nariz a ver qué había a su alrededor. Yo le miré todo el tiempo como si él me correspondiera la mirada, pero no lo hacía.
Me presenté, le pedí los datos de filiación y sólo le expliqué que ya sabía que él no quería estar allí conmigo y que eso me sabía mal, que no me gusta que las personas que vienen a verme lo hagan a regañadientes.
Aquí es donde se produjo la magia, el momento de conexión.
Él levantó la mirada por primera vez y se dirigió a mí. Sentí un escalofrío en todo el cuerpo, sabía que era la primera vez que se sentía comprendido y respetado por mí y le gustó. Decidió darme una oportunidad y hablar conmigo, contarme qué le pasaba. Al cabo de un rato de hablar descubrimos porque se había producido aquella conexión; le hablé de la intuición que había tenido yo al verle y observarle y él me habló de lo mismo, y explicó que le pasaba a menudo.
Compartimos el mismo rasgo de personalidad, los dos somos personas con alta sensibilidad.
El hecho de ser comprendido sin tener que explicarme demasiadas cosas le ayudó a abrirse a alguien por primera vez desde hacía tiempo.
Evidentemente M. aún tiene un largo camino por recorrer y recuperarse de esta parálisis en la que ha entrado, producto de la saturación que no vio venir y que le ha bloqueado desde hace tiempo, pero ahora ha podido ponerle nombre a lo que le pasa, lo empieza a entender y tiene esperanza de salir adelante.
Las personas PAS pueden entrar en estados de bloqueo muy importantes, de los que es difícil salir sin ayuda muchas veces.
Muchas otras veces no entienden ni pueden describir qué les pasa, sólo saben que no pueden hacer nada y se asustan de ellos mismos. Cuando una PAS pasa un período de sobreestimulación necesita parar y recuperarse, distanciarse no sólo de la situación que la ha saturado sino a veces también de la sociedad, de todo lo que le rodea, para volver a estar en forma y seguir adelante con su vida.
Si no se respeta esta necesidad de parar y recomponerse, podemos causar problemas importantes en la persona altamente sensible, que cada vez se verá más hundida y entrará en una espiral de la que cuesta mucho salir.
Las PAS no toleramos bien la presión y ante situaciones que nos causan mucho estrés nos bloqueamos y no reaccionamos, necesitamos tiempo para recuperar fuerzas y empezar a actuar.
Es muy importante reconocer el rasgo de la alta sensibilidad, educar en las necesidades de las PAS y respetar sus ritmos.
No es un problema si se respeta y se acompaña como es debido. Y la magia de los momentos de conexión como el que tuve con M. no tiene precio, es el regalo de la alta sensibilidad.
Ser PAS, aunque pueda parecer un gran inconveniente, bien gestionado, es un don.
Anna Romeu, colegiada nº 11336 del COPC
Presidenta Emergencias del COPC y representante Española en EFPA Crisis & Disaster División
Especializada en Educación Emocional, Terapias y Formaciones
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