"Soy prisionera de mí misma
y quiero salir de mí para poder sentirme capaz
de hacer todo lo que quiero hacer".
Ésta es la gran demanda que me hizo una chica joven, de menos de 30 años, Júlia, cuando le pregunté en qué podía ayudarla el primer día que la visité.
Júlia ha vivido casi siempre con la sensación de que no puede hacer lo que se propone. El mecanismo es relativamente sencillo: piensa que le gustaría, por ejemplo, ir a estudiar al extranjero.
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Primero se imagina cómo sería su vida durante un tiempo en un país lejos de aquí, le gusta la idea de verse sola en un lugar desconocido, aprendiendo un idioma nuevo y viviendo experiencias interesantes que pueden ayudarla a crecer.
Luego comienza a pensar en las dificultades que se puede encontrar: que si no entenderá cosas importantes que le dirán, que si se sentirá muy sola, que si se va a perder ya en el mismo aeropuerto (porque obviamente no ha viajado nunca sola), que si no se atreverá a hablar con nadie y pasará la mayor parte del tiempo sola, etc.
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No tiene muchos problemas
para encontrar motivos
para no hacer
lo que tanta ilusión
le hacía unos minutos antes.
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Acaba decidiendo que no tiene suficiente fuerza ni es suficientemente atrevida para ir a estudiar a otro país.
Y se siente miserable, estúpida, incapaz.
Y en consecuencia, no da ni un paso para intentar hacer real lo que quería hacer y se demuestra, una vez más, que es incapaz de hacer las cosas que se propone.
Ésta es una rueda de pensamiento que se repite de forma habitual y continuada en el día a día de Júlia. Constantemente se propone hacer cosas nuevas, se ilusiona por hacerlas y a continuación empieza a buscar todas las dificultades que tendrá a la hora de llevar a la práctica lo que quiere hacer. Su propio auto-boicot le demuestra una y otra vez que no es capaz de hacer nada, que no puede hacer lo mismo que los demás, que no hace falta ni que lo intente, no le va a salir bien.
Así ha llegado casi a los treinta años viviendo todavía con sus padres, sin haber tenido nunca una pareja, con muy pocos amigos y habiendo terminado una carrera como ha podido, después de años de esfuerzo y sufrimiento en silencio.
Y ahora que le toca salir al mundo en busca de trabajo y hacerse una carrera profesional no se ve capaz ni de salir del coche a entregar un currículum en una empresa.
¿Cómo ha llegado Júlia hasta este punto?
Es una mujer inteligente y potencialmente capaz de hacer cualquier cosa que haga otra persona, ¿por qué ella no lo sabe y se frena de este modo? ¿Por qué no se permite vivir?
La respuesta no es una única respuesta,
son diversas en una.
Por un lado, ella tiene un temperamento más bien inhibido, con mucha necesidad de seguridad y control. También es altamente sensible y por tanto las cosas le afectan de forma intensa y consciente.
Y finalmente, lo que creo que ha perjudicado más a la chica, Júlia ha crecido pensando que no hace nada bien, junto a unos padres demasiado exigentes que no han sabido acompañar la sensibilidad y las necesidades de su hija. Desde muy pequeña le han exigido ser casi perfecta, porque es muy válida en realidad y ella podría hacer muchas cosas, pero de forma demasiado autoritaria, comparándola siempre con los demás y con un mensaje negativo que le ha hecho sentir siempre una mala hija, una persona incapaz llegar a satisfacer lo que sus padres le pedían, por mucho que se esforzara.
Este mensaje con el que Júlia ha crecido se ha quedado incrustado en su pensamiento, es su programación personal, contra la que siente que no puede luchar. Es consciente de ello, no le gusta, ve que no tiene sentido y no es cierta, pero no se ve capaz de salir de ella. Prisionera de sí misma.
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Todos los estudios que valoran la relación entre el rasgo de la alta sensibilidad y el afrontamiento personal llegan a la misma conclusión: un niño con alta sensibilidad que está bien acompañado en su etapa de crecimiento, que siente que su rasgo es respetado y valorado, se convierte en un adulto seguro de sí mismo y con muchas probabilidades de tener éxito en todo lo que haga. En cambio, un niño altamente sensible que crece en un entorno hostil y demasiado exigente, que no respeta su rasgo y más bien se le castiga por no ser tan rápido, ni tan atrevido como los demás esperan, se convierte en un adulto miedoso, inhibido y con una carencia muy importante de estrategias de afrontamiento adecuadas para tener éxito en la vida.
Por lo tanto, la alta sensibilidad es un factor protector y predictor de éxito cuando el entorno es favorable durante el crecimiento. Pero es un factor de riesgo cuando ese entorno es desfavorable, y se convierte en predictor de problemas personales, trastornos de ansiedad y depresión y mala gestión emocional.
Anna Romeu, colegiada nº 11336 del COPC
Presidenta Emergencias del COPC y representante Española en EFPA Crisis & Disaster División
Especializada en Educación Emocional, Terapias y Formaciones
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