La Mari es preciosa.
Ya ha cumplido 40 años y está en esa edad en la que empiezas a sentirte bastante segura para decir lo que piensas sin que te importe demasiado lo que piensen los demás, en que dejas los complejos y los prejuicios a un lado y te dedicas a hacer lo que te apetezca.
También está en esa edad en que haces el ejercicio de pasar revista de lo que ha sido tu vida y te das cuenta que has perdido demasiado el tiempo.
Y ahora la Mari ha tenido una decepción más, probablemente la más grande de su vida; la traición de alguien que ama, este dardo que se queda clavado en el fondo del corazón y que no te puedes arrancar aunque lo intentes con todas tus fuerzas.
Siempre ha llorado mucho y por ello se ha oído decir una y otra vez que es débil, que no sabe superar los problemas, que ella sola no puede. Se creyó el papel. Ha actuado durante mucho tiempo como tal.
Pero ahora, con la herida de la traición bien abierta y aún sangrante, se da cuenta que no es verdad, que ella no es débil, ni insegura, ni inútil. Ella tiene muy claro lo que tiene que hacer, sigue sus instintos y se deja guiar por sus principios y las cosas se van poniendo en su sitio.
Se sorprende a sí misma resolviendo temas que nunca había pensado que podía resolver, ocupándose de todo lo que su marido ha enredado, solucionando los problemas que él le ha ocasionado. Y le ha perdonado.
Le ha mirado a la cara, le ha escuchado en su relato cobarde y miserable, no ha aceptado ninguna de las justificaciones idiotas que él le ofrecía, le ha exigido que afronte las cosas con valentía a partir de ahora y ha decidido, con toda su conciencia, darle una nueva oportunidad, la última.
No le entiende, no le disculpa, no lo justifica, simplemente le perdona.
Le perdona haberle amargado la vida durante más de 10 años, haberle negado los pequeños caprichos que ella se había ganado con tanto esfuerzo, haberla hecho sentir sola y nada querida durante tanto tiempo. Le perdona las mentiras, el dinero que se ha esfumado, los desprecios y las ausencias injustificadas. Ahora tiene una explicación para todo el daño que le ha hecho. Y ha decidido que esta es la última oportunidad que le da, porque es capaz de perdonar.
Como perdonó a su padre hace un año.
Aquel padre que siempre le había gritado y la había anulado, el padre que engañaba, despreciaba y exigía, el padre que le hacía pasar vergüenza delante de sus amigos y que no quería a nadie. Ese padre que le había hecho la vida imposible a su madre, creando una familia infeliz, una vida miserable sin ninguna necesidad.
Cuando vio que el padre que ella creía que odiaba estaba a punto de morir, fue capaz de perdonarle y sentir amor y compasión por él. Deseó que no muriera para poderle transmitir estos sentimientos, pero fue demasiado tarde.
Desde aquel momento, ella no volvió a ser la misma. Había crecido a través de su perdón, había conseguido tomar el control de su vida, decidió ser feliz por sí misma a pesar de no haber tenido el amor y el aprecio de su padre, dejó de sentirse culpable y liberarse del peso de tener que ganarse el amor y el respeto de alguien que no se lo había ganado él mismo.
Y ahora, una vez más en su vida, la traición de su marido.
Le perdona pero no olvidará jamás, así se lo hace saber, le da una oportunidad más de rehacer el daño que ha causado, de demostrarle el amor que dice sentir por ella y las niñas. A veces piensa que es demasiado débil, que debería haberle puesto de patitas en la calle y que ha perdido la oportunidad de quitárselo de encima, que es un peso demasiado grande para su cuerpo tan pequeño.
Pero ahora que tiene una explicación para todo lo que ha sufrido, ahora que ya es capaz de mirarle a la cara y no sentir asco, sino el amor hace tantos años, cuando le conoció y era aquel chico risueño y simpático que hacía el tonto para llamar su atención, ahora que ha recordado el padre emocionado la primera vez que cogió a su hija en brazos y no el monstruo siempre enfadado en que se había convertido en los últimos años, ahora, ha sido capaz de perdonarle y colocarse en su lugar de mujer, de pareja, junto a él, ya no por debajo ni por detrás. Igual que fue capaz de perdonar a su padre, ahora puede perdonarle a él y quedarse en paz consigo misma. La Mari es preciosa, y ha crecido. Ahora la Mari es preciosa y grande.