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El ciclo de la vida a través de las emociones

- Psicología, Reflexiones, ideas y obsesiones varias - 

El hombre de la estación


Como cada día, el señor A. se vistió, eligiendo cuidadosamente la ropa que se ponía, tratando de combinarla con el fin de dar una buena imagen, ni demasiado formal ni demasiado desenfadado. 

Ya empezaba a hacer buen tiempo, una camisa azul claro y un pantalón de hilo quedarían bien, y con la chaqueta ligera de entretiempo serían suficientes. Contempló su imagen en el espejo; éste le devolvía la foto de un hombre de los que llaman de mediana edad hacia arriba, cabello abundante y canoso, muy alto y delgado, aunque atractivo para las mujeres a partir de una cierta edad

Le gustaba su aspecto, se conservaba bien para la edad que tenía, aunque nunca se había considerado un hombre guapo en el sentido literal. Tenía una cara agradable, unas facciones tranquilas que le daban un tono amable, una sonrisa escasa pero seductora, una voz profunda que lo hacía más serio de lo que él mismo se consideraba.

Como todos los días, se dirigió al parking a buscar el coche, cada día a la misma hora, y como siempre se encontró con el coche contiguo demasiado pegado al suyo. 

Ya se lo había dicho varias veces personalmente al hombre que lo conducía habitualmente, le había dejado notas en el parabrisas del coche incluso, pero nada de lo que había probado había tenido mucho éxito. Ya había desistido, no sabía qué más podía hacer, así que se limitaba a alegrarse de ser tan delgado y poder pasar relativamente bien entre el pequeño espacio que le quedaba para entrar en su coche.

Aquella mañana el tráfico de la carretera era bastante tranquilo, no tardó más de 15 minutos en llegar al aparcamiento de la estación, que estaba más lleno de lo habitual, eso sí. 

Dio un par de vueltas sin encontrar un espacio vacío donde aparcar el coche y tuvo que acabar aparcando fuera de la zona habilitada para la estación. Por suerte encontró una plaza cerca y no tuvo que caminar demasiado. 

No tenía prisa, sin embargo, había llegado con tiempo suficiente para comprar el billete y aún tendría que esperar unos minutos hasta que anunciaran la llegada de su tren. Lo tenía todo muy bien aprendido, hacía mucho tiempo que cada día seguía la misma rutina.

Como cada día, se dirigió a la ventanilla de la estación y pidió un billete hacia Barcelona. 

No le gustaban las máquinas expendedoras de billetes, él era de otra época, en la que los billetes se pedían de voz y se intercambiaban palabras con el trabajador de la estación. Pagó los 10 € por una T10 de una sola zona, hacía poco que habían subido los precios de nuevo. Le parecía caro, pero no lo era tanto como hacer el mismo trayecto en coche, así que prefería el tren. Validó su billete y se dirigió a la vía 1, justo en el momento en que se anunciaba que su tren llegaría a los 5 minutos. 

No hacía falta darse prisa.

Al bajar las escaleras se alegró de ver que uno de los bancos estaba vacío y que podía sentarse aquellos cinco minutos que quedaban hasta la llegada de su tren. 

Dejó la maleta en el suelo, entre sus piernas, y esperó pacientemente hasta que llegó el tren. Iba lleno, como era habitual en aquella hora de desplazamientos matinales para ir a trabajar, todo el mundo corriendo a última hora, concentrados en sus móviles, probablemente preparando la jornada que aún tenían por delante.

Otros aún con cara de medio dormidos, necesitan el segundo café de la mañana para terminar de quitarse el sueño de encima. 

Las puertas se abrieron ante el señor A. y salió mucha gente, con los que debían entrar esperando pacientemente a que el vagón vaciara el gentío que llevaba dentro para volver a llenarse inmediatamente. 

Y el señor A. seguía sentado en su banco, con el billete validado en la mano, la maleta entre las piernas, observándolo todo con aspecto serio. Los nuevos viajeros entraron en el vagón rápidamente, en una carrera educada para encontrar el mejor asiento, el preferido de cada uno, sonó el pi-pi-pi-pi que precede el cierre de las puertas del tren, que tragaron definitivamente a todas las personas que habían estado esperando en el andén con el señor A. 

Este, en cambio, seguía sentado en el banco mirándolo todo, con el billete en las manos, observando cómo se cerraban las puertas ante él y el tren reiniciaba su recorrido monótono hacia Barcelona.

“Otra vez, vuelve a estar sentado en el mismo banco de cada día” 

- pensó el vigilante de la estación -

“Se pasa las mañanas sentado en el banco del andén, con el billete entre las manos, mirando cada tren que pasa frente a él de forma inexpresiva toda la mañana, día tras día, mes tras mes, año tras año, llueva, nieva o haga sol, él siempre está aquí. Y nunca, nunca sube al tren “
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