No había dormido muy bien, ya era la tercera noche desde que tenía que dormir solo en su cama y no se acababa de acostumbrar.
Llevaba tantos meses intentando hacer como que dormía en esa cama de hospital que ahora que volvía a estar en su propia cama no sabía ni cómo empezar.
Pero no era la cama, lo sabía.
Era el hecho de dormir solo. Nunca le había gustado dormir solo, hacía demasiados años que dormía con Laura y la costumbre de tener su cuerpo caliente cerca, de sentir su respiración junto a él, de despertarse con un brazo pegado a su torso o una de sus piernas enrollada a las suyas, todo ello hacía que ahora la cama fuera un territorio demasiado grande, frío y yermo.
No sabía si se acostumbraría a dormir solo.
Lo que sabía seguro es que no le gustaría jamás, aunque los palos de la vida se deben afrontar de cara y con todas las fuerzas, ésta había sido su filosofía siempre. Ahora, sin embargo, a los 67 años tenía que volver a empezar después de un buen palo.
Tenía que aprender a vivir sin su compañera de vida, Laura.
Llegó Luis, su hijo mayor, cuando aún no había terminado de tomar el café. No tenía hambre, no había desayunado, y pensó que Luis llegaba demasiado pronto, seguro que le recordaría que hay que cuidarse y que no desayunar no es una buena idea. Le quería mucho, al igual que su hermano, y estaban demasiado pendientes de él, a veces incluso le hacían sentir que era incapaz de salir adelante solo. Pero tenía suerte con ellos, pensó, sacudiendo estos pensamientos tan negativos de su cabeza. Estos días todo le parecía mal.
No pasó nada de lo que esperaba. Luis sólo le dijo “buenos días” y fue directamente a su oficina, reclamándole que fuera con él.
Parecía alterado, ¿qué le pasaría?
Encendió el ordenador y, consultando su móvil, escribió una dirección en el navegador de internet:
http://www.postumit.com.
Entonces se produjo el milagro.
Tuvo que sentarse por miedo a caer por el susto de escuchar la voz de su mujer hablándole a través del ordenador, saludándole, cuando hacía tres días que había fallecido.
Aquella voz tan querida, tan conocida, le saludaba desde un lugar inexistente, desde el más allá le parecía, le hablaba diciéndole que había sido afortunada de compartir la vida con él, que había sido un compañero excelente, un padre ejemplar, un hombre extraordinario.
Mientras por la pantalla del ordenador iban pasando las fotos que habían tomado durante su larga vida juntos, la voz de Laura le agradecía las horas pasadas, el camino recorrido de forma conjunta. La cabeza se le nubló, se sentía medio mareado y tuvo que pedirle a Luis que detuviera el ordenador un momento, no se veía capaz de seguir escuchando a su mujer hablándole. Su hijo puso el video en pausa y le miró con los ojos humedecidos.
“Padre”, le dijo, “mamá le ha dejado un testamento emocional aquí, hace tiempo que lo preparó para cuando ella no estuviera.
No sabía si podría despedirse bien de usted ni si podría agradecerle todo lo que le ha dado, así que buscamos juntos la forma en que pudiera hacerlo"
- Este vídeo es para usted, para que siempre recuerde la voz de mamá, para que no se olvide de cómo era, cómo hablaba, cómo se movía -
También hay un vídeo que grabamos juntos en el que se despide de usted, no sólo fotos. ¿Lo quiere ver?”
Lo vio una, dos, tres, cientos de veces.
Le reconfortaba enormemente ver las fotos de su larga vida con Laura, escuchar su voz, observarla en el último vídeo que había grabado con su hijo dirigiéndose a él, ya muy delgada por culpa de la enfermedad que se la llevó, pero preciosa, con esos ojos vivos y esa sonrisa perpetua que adornaba su carita, verlo le daba fuerzas en los peores momentos.
Fue el gran regalo que le hizo su mujer antes de partir, su manera de no marcharse del todo.