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El ciclo de la vida a través de las emociones

- Psicología, Reflexiones, ideas y obsesiones varias - 

Correr y llorar 


Vicente subió las escaleras de dos en dos, aunque las piernas ya hacía tiempo que no le respondían como antes. La edad no perdona, pensó. 

Pero no quería perderse la llamada que estaba seguro de que venía de su piso, se había despistado con la hora y ya eran las 4 de la tarde, la hora que suelen llamarle del hospital. 

¡Qué rutinas tan raras hemos establecido últimamente, quién nos lo iba a decir! 

La primera semana de confinamiento la pasaron bastante bien, él y Jose, su pareja desde hacía 20 años, se lo tomaron con tranquilidad y decidieron aprovechar el tiempo que la pandemia les había regalado de repente para compartir tiempo y conversaciones, pintar cuadros a medias, ver series de Netflix y hablar con la familia y los amigos a través del ordenador. Todo era muy extraño, de repente tenían todo el tiempo del mundo para ellos dos solos, con la tienda cerrada y el resto de las personas de su entorno también encerradas en casa. 

Daba miedo lo que decían en las noticias, tanta gente que se moría de repente, los hospitales colapsados, menos mal que ellos no se dedicaban al sector sanitario y no tenían que sufrir por nada más que por no contagiarse del maldito virus.

Sólo hacía tres semanas de aquello y a Vicente le parecía que había pasado una eternidad. En tres semanas su vida había dado un giro inimaginable antes. 

Los primeros síntomas de Jose fueron objeto de bromas entre ellos. Febrícula, algo de tos … 

“Ya verás que ahora formaré parte de estos números que salen en las noticias” le había dicho, sin ser consciente aún de lo que significaba aquello. 

Una puñetera premonición. 

Al cabo de tres días ya se encontraba muy mal, le costaba respirar y la tos no se iba. La fiebre había subido. En seguida les enviaron una ambulancia y le trasladaron al hospital. Los técnicos de la ambulancia iban vestidos como astronautas, se tenían que proteger, lo entendía, pero daban muy mala espina. Y estaban muy serios, tenían prisa para hacer el traslado. Tenía cada segundo de ese momento grabado en la memoria y lo rememoraba muy a menudo, como una película que no avanza nunca, que se ha quedado atascada en el mismo punto para siempre. 

Él no pudo acompañarle, lo decía el protocolo de la Covid. Los enfermos tenían que estar solos y los familiares recibirían una llamada diaria del personal del hospital explicando cómo habían sido las últimas horas. 

Cruel e inhumano, pero no podían hacer más. 

Se despidieron con miradas de amor y palabras de cariño pero ya no les dejaron tocarse. Sólo recuerda la mirada de tristeza del conductor de la ambulancia, aquella mirada de impotencia que no se podía sacar de la cabeza. Él sabía algo que no le estaban diciendo. Por eso les dejaron el tiempo que necesitaban para despedirse. Después, él mismo tuvo que aislarse durante 14 días, también lo decía el maldito protocolo. 

Durante dos semanas sin síntomas, por suerte, no salió de casa por nada del mundo, sólo pendiente de sus vecinos que le llevaban la comida y se la dejaban en la puerta de casa una vez a la semana y de la llamada diaria del hospital, su único contacto con Jose, a través del médico o la enfermera que encontraban el momento de confirmarle que Jose seguía vivo. 

Volver a salir después del aislamiento fue un pequeño consuelo, aunque salir sin Jose se le hacía incómodo, como salir sin la billetera o las llaves, le faltaba algo importante.

“Lo siento mucho Vicente, Jose ha muerto hace una hora. Su cuerpo ha tenido un fallo multiorgánico y el corazón se ha parado. Le acompaño en el sentimiento, Vicente”. 

Ya está, así de simple, Jose nos ha dejado, me ha dejado para siempre. 

Qué sensación tan extraña, nunca se había planteado la vida sin Jose. De hecho, era él quien normalmente llevaba la iniciativa de las cosas, Jose era más inteligente y listo que él y por eso le dejaba el peso de las decisiones que afectaban a la pareja. 

¿Y ahora como lo haría con el papeleo, las facturas o los bancos?
¿Como decidiría él solo donde ir de vacaciones o si cambiar los muebles del comedor? 

No podía ser, la cabeza le hervía, tenía una presión insoportable que le iba de la frente hacia un lado del cráneo. Se sentía atrapado dentro de su piso y le faltaba el aire, se ahogaba. Se empezó a encontrar mal, la cabeza le daba vueltas. 

¿Y si él también estaba enfermo? 
¿Y si se estaba volviendo loco? 
¿Qué le pasaba de repente? 

Necesitaba salir de allí. Salió de casa y empezó a correr.

 Las piernas le dolían al tiempo que las notaba fuertes y tensionadas, tenía los ojos llorosos, pero no podía parar de correr. No sabía hacia dónde iba, no podía pensar. Sólo correr y llorar. Este sería su destino a partir de ese momento, lloraría a Jose y se pasaría la vida corriendo e intentando atrapar el final y reencontrarse con su amado Jose, el amor de su vida.

No conozco a Vicente ni conocí a Jose, 
no les he visto nunca. 

Ellos son dos de tantísimas víctimas del virus de la Covid-19, esta pandemia que se ha llevado a tanta gente y ha roto tantas familias, proyectos y vidas. Ellos nos representan en el dolor y la pérdida, sobre todo nos representan en la impotencia y la indefensión de luchar contra un dragón sin cabeza que amenaza nuestras vidas de una forma tan cruel.

Sí conocí a Miquel, a quien dedico estas palabras.
A su sonrisa eterna, a su familia, a su hijo que ahora tendrá un bebé que nunca llegará a conocer a su abuelo pero del que seguro que le hablarán a menudo. 

Para ellos, un abrazo con todo mi afecto.
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