La Ariadna me contó un cuento que escuchó en uno de sus talleres:
Había una vez un hombre que tenía un hijo adolescente muy rabioso. Un día le dijo "Hijo, cada vez que sientas rabia por algo, coge un martillo y un clavo y ensartarlos en esta puerta. Clava tantos clavos como momentos de rabia sientas cada día ". Y así lo hizo el chico. Los primeros días clavaba bastantes clavos en la puerta, cinco, seis, los que necesitaba. Con el paso de los días, el chico cada vez clavaba menos clavos, un día cuatro, otro tres, hasta que llegó el día que no clavó ningún clavo, porque la rabia había desaparecido. Entonces el padre le dijo "Ahora, por cada día que pase sin tener que clavar ningún clavo, saca uno de los que has clavado en la puerta". Y el chico fue desclavando todos los clavos que había ido clavando las semanas anteriores, uno a uno, hasta dejar la puerta sin un clavo clavado. En ese momento el chico fue a buscar a su padre muy contento y le comunicó que ya había sacado todos los clavos de la puerta. Entonces el padre le dijo, "Ahora mira bien la puerta y dime qué ves". El chico vio que la puerta no tenía clavos, pero que estaba llena de agujeros. "Efectivamente, hijo mío, las cosas que pasan en la vida se pueden deshacer la mayoría de las veces, pero siempre dejan señales que perduran el resto de la vida."
Me pareció un cuento interesante y muy educativo: por un lado, enseña como todo lo que hacemos tiene repercusiones en los demás, deja señales como los clavos que el chico clavaba en la puerta.
Por otra parte, también muestra que es posible dejar de hacer daño y empezar a hacer actos que restablezcan el daño ocasionado al otro. Así, el chico fue sacando los clavos de la puerta hasta dejarla sin ni un clavo.
Y finalmente, la lección del padre es magistral:
A pesar de haber deshecho el daño que se había ocasionado, siempre quedan señales; la puerta no tenía clavos pero sí quedaban los agujeros que habían dejado los clavos clavados anteriormente. La puerta no volvería a ser nunca la misma.
Esta última lección entristeció un poco Ariadna, ya que se dio cuenta de que hiciera lo que hiciera a partir de ese momento, lo que había pasado entre ella y su familia ya había dejado marcas para siempre. Estas marcas son las cicatrices emocionales, la huella emocional que nos dejan las vivencias que suceden por el camino y que nos van convirtiendo en quien somos en la actualidad.
No quise que la chica se quedara con el pesar de las cicatrices emocionales que había causado a su familia y completé el cuento con una reflexión sobre la resiliencia:
De este modo Ariadna entendió que todo lo que nos pasa nos afecta, deja una marca en nuestro interior, probablemente nos hace sufrir un tiempo o nos puede tumbar una temporada, pero lo podemos superar y salir de ello más fuertes y seguros de nosotros mismos. No podemos evitar las adversidades, tampoco podemos ahorrarnos las cicatrices emocionales que nos dejan, pero podemos convertirlo todo en crecimiento personal y fortaleza.
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Tenemos la suerte de ser resilientes
Si aceptas tus emociones, cambias tu vida.
Anna Romeu, colegiada nº 11336 del COPC
Presidenta Emergencias del COPC y representante Española en EFPA Crisis & Disaster División
Especializada en Educación Emocional, Terapias y Formaciones
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