Tengo un problema, seguramente un problema grave; me entusiasmo enseguida con las cosas, todo me interesa, demasiados temas, proyectos, ofertas y propuestas despiertan mi interés, captan toda mi atención.
Entonces me implico hasta el fondo, pienso en ello, lo reflexiono, le doy forma, me enamoro de lo que esté preparando, incluso mirado desde fuera me flipo, lo doy todo… y de repente tengo que parar.
Ya no puedo más.
Necesito respirar, distanciarme, aislarme o incluso dejarlo un tiempo hasta que … no sé qué tiene que pasar pero me tengo que recolocar para volver a emprenderlo.
Siempre he funcionado así, no tengo recuerdos de mi misma no funcionando de esta manera.
Me emociono, arranco rápidamente y con una fuerza de veces descontrolada y freno de golpe. Y no sabes cuántas veces me he castigado a mí misma por ser así: eres una inconstante, no tienes palabra ni compromiso, deberías (los terribles “deberías”) esforzarte más, deberías pensar las cosas dos veces antes de decir que sí, no sabes decir que no (¿quién dijo que quería decir que no?), pasas de todo y quedas mal en todas partes, no vales tanto como crees, y frases más terribles que no tengo ni ganas de escribir.
Son frases de auto boicot, de esta autoexigencia tan divertida que me acompaña por la vida y que no me deja ver la realidad de quien soy y sólo me enseña quién querría ser y no llego a ser.
Cada inicio de curso me apuntaría a tres o cuatro másters, empezaría a escribir dos libros y saldría adelante tres proyectos que me rondan por la cabeza desde hace años. Pero no soy lo suficientemente buena, no puedo hacer todo esto además de hacer todo lo que estoy haciendo ya.
Y me frustro, hay momentos en que la frustración me gana la partida y reculo, me lamento miserablemente unas horas y vuelvo a poner en marcha el motor del entusiasmo, a hacer la cantidad de cosas que hago cada día.
Cuántas veces he pensado que quisiera encontrar el botón de off de mi pensamiento, parar un rato y que no entren nuevos pensamientos que me torturen. Sólo el mindfulness me ha liberado de mi cabeza un poco, lo recomiendo a todo el mundo. Bueno, el mindfulness y la natación, claro.
Y después levanto la cabeza de mi mesa y miro la pared de la consulta llena de certificados y títulos y, a través de los ojos de quien lo observa y me dice “Ala, cuántos títulos, sí que has hecho cosas”, lo veo todo diferente.
Si miro atrás he hecho muchas cosas a lo largo de mi vida, no haremos aquí la lista pero cuando la cuento a alguien veo caras de sorpresa y admiración. Si pienso en todo lo que he iniciado y ha salido bien, en todo lo que estoy haciendo en la actualidad, tanto a nivel personal como profesional, y sigo con empuje simplemente porque me gusta y me lo paso bien, o porque es mi obligación y me gusta cumplir, entonces mi desespero afloja y me regalo un poco de mérito. Sólo un poco, no sea …
Con la edad una ha aprendido a conocerse un poco y sobre todo a aceptarse. Durante demasiado tiempo me he censurado por necesitar momentos de paz, de soledad, de inactividad, de perder el tiempo, en vez de preguntarme por qué los necesito, por qué lo hago.
Ponerle nombre a lo que te pasa no cambia nada ni lo soluciona, si es que se tiene que solucionar algo, pero sí tranquiliza y ayuda a aceptar. Porque te entiendes, porque lo compartes y lo cuentas, le das un marco y un significado que están lejos del auto castigo.
Los psicólogos, con nuestro afán de entenderlo y explicarlo todo del ser humano, lo llamamos normalizar. Pero es que es verdad, caray, cuando entiendes lo que te pasa y ves que no eres la única persona del mundo que se siente así y que encima no estás haciendo nada malo sino que simplemente eres así, con su parte buena y la su parte inconveniente y molesta, te liberas de esta vocecita interior más rápidamente, aprendes a mirarte con mejores ojos y no ser tan dura contigo misma, a apreciar lo que tu peculiaridad te aporta y tener la paciencia de saber esperar cuando tu forma de ser te hace sufrir, te satura y te detiene.
Saber que soy una persona con alta sensibilidad, una PAS, me ha liberado y me ayuda a explicar como soy, a proporcionarme lo que necesito y no castigarme cuando tengo que parar.
No paso de las cosas que empiezo, pero a veces no puedo seguir el ritmo con el que empiezo y necesito más tiempo para seguir adelante. Al final, lo acabaré haciendo, no hay que preocuparse. No he desactivado las notificaciones y los avisos de mi teléfono móvil porque soy una antisocial que no quiere ser molestada, sólo es que no quiero que me distraigan mensajes y sonidos que vienen del aparato que me conecta con el mundo, ya decidiré yo cuando salgo al mundo a mirar.
No es que no quiera hablar contigo ni pase de lo que te preocupa porque no te estoy llamando o enviando mensajes constantemente, o no conteste inmediatamente cuando tú me dices algo, es que hay muchas veces en que no puedo conmigo misma y mucho menos puedo estar pendiente de ti.
A veces simplemente necesito estar sola.
Y las cosas que me dan pereza, que no me motivan o no me interesan, tardo una eternidad en hacerlas; no es que pase, es que el esfuerzo mental que requieren me desgasta hasta un punto que no te puedes ni imaginar, y ahora sé que consumo demasiada energía en mi cabeza como para llegar a todas partes, me saturo con facilidad.
Pero al mismo tiempo lo termino haciendo todo, porque me lo exijo, y cumplo con creces lo que me propongo, porque me esfuerzo.
Soy las dos personas a la vez, y ahora ya no me odio por serlo, al contrario, ahora celebro el don que tengo por ser una persona con alta sensibilidad.