Actualmente, muchos padres llegan a la consulta confundidos por mensajes contradictorios sobre la educación de sus hijos, y no hablamos solo de padres con niños pequeños, también ocurre con niños mayores e incluso adolescentes.
Parece que todos los que han tenido un hijo pueden dar clases a otros sobre crianza y educación, todos se ven con la capacidad y los conocimientos de decirles a los padres cómo tienen que tratar a sus hijos y lo que está bien y no lo está en su educación.
Pero no siempre el consejo, por más intencionado que sea, y por mucho que haya funcionado en los hijos de quienes lo da, es aplicable a todo el mundo por igual.
Uno de los errores más comunes
es el de aconsejar sobre el hecho
de hacer más o menos caso a los niños
cuando éstos
hacen demandas de atención
a sus padres.
Hablamos, por ejemplo, de los niños que no quieren dormir solos, que no quieren quedarse solos jugando en una habitación o que cuando se caen y les duele lloran dramáticamente.
En estos casos, a menudo se escuchan voces de personas que, con gran seguridad y condescendencia, y observando a los padres o madres inexpertos que intentan satisfacer las demandas de sus hijos con una superioridad que hace dudar a la persona más segura, dicen "Te está tomando el pelo". Es muy difícil hacer caso de tu propio criterio en el momento justo en el que estás estresado porque tu hijo o hija está llorando desconsoladamente y pidiendo tu atención y, por el otro lado tienes a alguien cerca que te está dando lecciones acerca de cómo hacer caso omiso de las llamadas de atención manipuladoras y malintencionadas de tu pequeño.
Bueno, déjame decirte algo muy alto y claro:
Los niños pequeños no han venido al mundo para hacer la vida imposible a sus padres o cuidadores, no son seres maliciosos que tienen intenciones ocultas o tienen la capacidad o la inteligencia de poder para preparar un plan para manipular a los adultos a su alrededor y alcanzar su objetivo, sea cuál sea el objetivo oculto de un niño o una niña.
Es justamente lo contrario: los niños y las niñas, más aún cuanto más pequeños, son personas dependientes de sus padres, abuelos, familia extensa o cuidadores principales. Los humanos somos de las especies del planeta que tardan más en ser independientes y autónomos después de nacer y, por lo tanto, de las que necesitan protección, educación y cuidados por más tiempo en su crecimiento previo a la madurez y la autonomía personal.
Durante este tiempo de dependencia y necesidad de protección, el menor solo cuenta con los adultos a su alrededor y debe tener su sensación de seguridad cubierta para enfrentarse a los desafíos de su propio crecimiento.
Las muestras de afecto, el aprendizaje de la socialización y la comunicación o las demandas de ayuda son el ejemplo.
A través de estos lazos, el niño o la niña pueden atreverse a explorar su entorno, probar cosas nuevas, experimentar más allá de sus propios límites y, por lo tanto, crecer de manera segura, ya que se sabe, en última instancia, protegido por parte de sus padres u otros adultos que le vigilan.
En todo este proceso, a menudo se dan momentos en los que el niño o la niña se siente desprotegido, tiene miedo o cree que necesita la ayuda del adulto, pero él, desde su punto de vista y su experiencia adulta, sabe que su intervención no es necesaria.
Es en este momento, cuando el niño intenta de todas las formas posibles llamar la atención del padre o la madre, por ejemplo, para evitar que le dejen solo en la escuela o no tener que quedarse dormido solo en una habitación oscura que le asusta.
Estos comportamientos son los que llamamos ansiedad por separación:
El niño piensa que no puede superarlo solo y el adulta valora lo contrario, por lo tanto le empuja a realizar la acción temida.
Es la capacidad del adulto la que hará que el niño tome confianza gradualmente y pueda afrontar la nueva situación de forma que signifique crecimiento en su confianza y la maduración personal.
¿Cómo tenemos que actuar cuando un niño o una niña muestra signos de ansiedad por separación, y, por lo tanto, exige atención y busca la seguridad que él siente que necesita, pero que valoramos que puede superar por sí mismo?
En primer lugar, debemos atender y validar las emociones que el niño está manifestando: si tiene miedo de estar solo en la habitación, si no quiere que te vayas y le dejes solo en la escuela, si le da verguenza hablar con un desconocido que le pregunta o si se ha caído y está asustado, merece la validación de sus emociones a través de nuestras muestras de amor y afecto. Estas manifestaciones son las primeras que le ayudarán a regularse emocionalmente y, por lo tanto, le darán la sensación de control y seguridad suficientes para afrontar la situación temida.
En segundo lugar, cuando el niño está un poco más tranquilo, podemos animarle a superar ese límite que le ha angustiado unos minutos antes: recuérdale que ahora tienes que irte, pero le recogerás al mediodía, haz que compruebe que la caída no le impide levantarse y caminar o enséñale a dormir tranquilo en su habitación mientras te escucha hablar desde la puerta o en la habitación de al lado.
Y finalmente, felicitarle por el coraje de haber afrontado, enseñando que tener miedo o sentir ansiedad por la separación no es una muestra de debilidad, sino la forma de estar más unidos y crecer de manera segura.
Los niños no "toman el pelo" a los adultos, sinó al contrario: los niños y las niñas necesitan atención, protección y afecto de las personas mayores para crecer de manera segura y confiar.
Anna Romeu, colegiada nº 11336 del COPC
Presidenta Emergencias del COPC y representante Española en EFPA Crisis & Disaster División
Especializada en Educación Emocional, Terapias y Formaciones
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