La relación que se establece entre el bebé y su cuidador principal durante los tres primeros años de vida es lo que llamamos apego (o attachment).
Todas las investigaciones recientes señalan que este vínculo es un factor determinante para definir el resto de relaciones que tendrá esa persona a lo largo de su vida. Por eso se dice que un buen apego al inicio de la vida facilita las relaciones sanas con otras personas después.
¿Pero cómo sabemos qué tipo de vínculo tuvimos de bebés? ¿Existen diferentes tipos de apegos?
Según John Bowlby, el psiquiatra que investigó más sobre el tema y que lo desarrolló con más rigurosidad científica, hay cuatro tipos de apegos:
El apego seguro, que se establece cuando el cuidador proporciona seguridad y confianza al bebé, está atento a sus necesidades y las satisface y, en definitiva, hace que el mundo sea un lugar de seguridad para el bebé.
Estos bebés crecerán sintiéndose confiados y seguros de sí mismos y de su entorno, de forma que serán personas independientes y que a la vez podrán establecer relaciones sanas con otras personas, ya que su elevada seguridad personal les hará ser capaces de resolver conflictos y superar situaciones adversas.
Se manifiesta en los bebés cuando su persona de referencia no es estable y no satisface de forma sistemática sus necesidades. Cuando un cuidador no es constante, se preocupa más por sus propios conflictos que de atender siempre al bebé o muestra mucha angustia e inseguridad a la hora de ofrecer cuidado al mismo, el bebé aprende que el mundo es un lugar inseguro y que no puede confiar en nadie, lo que le genera angustia e inestabilidad.
Es típico de estos bebés mostrar una gran ansiedad en los momentos de separación de sus cuidadores, ya que han interiorizado que no existe la seguridad de que éstos vuelvan a buscarlos.
Estas personas crecen con dificultades para establecer relaciones estrechas y de confianza con los demás, de forma que suelen rehuir los compromisos o muestran ambivalencia a la hora de vincularse después con otras personas.
Lo encontramos generado por cuidadores muy distantes o incluso inaccesibles para el bebé. En estos casos, el niño aprende que la relación estrecha con otra persona no es posible, lo que suele marcar las relaciones que tendrá posteriormente como adulto. Los bebés con este tipo de apego no lloran para llamar la atención de los adultos, porque han aprendido que no la pueden obtener, y evitan el contacto con otras personas. A veces se confunde con seguridad, pero en realidad conlleva un gran sufrimiento para ese niño.
El resultado de este tipo de vínculo es el de un adulto ansioso e inseguro, que constantemente necesita la validación de los demás y que no es capaz de tener una intimidad sana con otro adulto, ya que suele formar relaciones de dependencia o jerarquizadas.
El menos frecuente y el que implica más desequilibrio para los bebés. Es el que se establece cuando el cuidador principal es negligente en los cuidados del niño y no atiende la mayoría de sus necesidades, ya que a menudo el mismo cuidador tiene algún tipo de problemas personales y/o mentales.
Los adultos que han tenido un apego desorganizado siguen los mismos patrones que de bebés; evitan el contacto con personas, tienen una muy mala gestión de sus emociones ya menudo muestran conductas explosivas o agresivas incluso.
No es posible elegir el tipo de apego que hemos recibido de bebés, y las consecuencias del mismo cuando somos adultos son inevitables. Pero esto no significa que, una vez las hemos identificado, no podamos trabajar para revertir sus efectos negativos.
Como niños no podemos elegir, pero como adultos somos responsables de hacernos cargo de nuestro bienestar e invertir tiempo y esfuerzo para crecer emocionalmente y mejorar todo lo que no nos ha sido proporcionado antes.
Si aceptas tus emociones, cambias tu vida.
Anna Romeu, colegiada nº 11336 del COPC
Presidenta Emergencias del COPC y representante Española en EFPA Crisis & Disaster División
Especializada en Educación Emocional, Terapias y Formaciones
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